jueves, 13 de septiembre de 2012

HISTORIA Y EVOLUCIÓN DEL "AMA SUA"


La necesidad actual del “No Mentir, No robar, No Ociosear”

HISTORIA Y EVOLUCIÓN DEL AMA SUA

Por: Juan José Vega

Cualquier peruano apostaría su mano derecha a que el «ama sua, ama llulla, ama quella» fue algo así como el decálogo aplicado por los Reyes Incas en el Imperio que crearon, el cual se traduce como «no robes, no seas ocioso, no mientas».

Siempre sospechamos que el «Ama sua...» correspondía a la Historia Oficial que para los Incas creó el indigenismo romántico; pues de tratarse de un código jurídico tendría que haber sido mencionado por los cronistas del siglo XVI. Pues no es así. Ni siquiera consta en los libros de los nacidos en el Perú, los quechuas Guaman Poma y Sta. Cruz Pachacuti Yamqui; o en los creados por los mestizos Garcilaso y Blas Valera. Tampoco existe rastro alguno en las crónicas españolas, que suman más de un centenar.

¿Cómo nació el Ama Sua?
Consideramos que bastante tiempo después; tal vez al comentar los criollos indigenistas coloniales la índole honesta, bondadosa, obediente y laboriosa que observaron en los quechuas y aimaras en el seno de las haciendas que poseían o en las propias comunidades campesinas; es visible en estos sectores dominantes una relativa simpatía y hasta admiración por la obra autocrática cumplida por los reyes Incas. Pero sea como fuere, el primer indicio en torno al supuesto código lo contemplamos en las páginas de M. L. de Vidaurre (ese habilísimo oportunista que desertó de la revolución de los Hermanos Angulo). Vidaurre, personaje de alta inteligencia, había radicado en el Cuzco entre 1810 y 1814, vinculado, desde 1uego, al indigenismo criollo local. Entre otras tradiciones que recogió del ambiente nos relata «su modo de saludar era no robarás; se contestaba: no mentirás». No sabemos de dónde extrajo esa ¿imaginativa? versión, que no consta en ningún otro sitio.

El gringo Miller
Y allí habría quedado el asunto hasta que intervino un peruanista insigne que llegó a Mariscal, con sus veintitrés cicatrices. Nos referimos a Guillermo Miller, prócer en su juventud de las guerras de la Independencia y que en el Cuzco (en 1825 y 1835) se adentró en la cultura incaica (aún más, él fue el primero de los estudiosos tupamaristas, y llegó a traducir y publicar al inglés proclamas del gran caudillo andino). Pues bien, ese inglés que aprendió algo de quechua, que mascaba coca y usaba poncho, se había familiarizado con el mundo indígena al convertirse en jefe máximo de las montoneras andinas antiespañolas durante la época de Simón Bolívar. De sus estudios y quizás de su análisis del temperamento de los guerreros quechuas que lo seguían extrajo quizás algunas conclusiones que habría de publicar en las Memorias que dictó a su hermano:
«En la educación de los peruanos, el código mixto de moralidad y legislación era tan simple como útil a la mayoría. Tres concisos preceptos formaban la base de todo el sistema: AMA SUA, AMA QUELLA, AMA LLULLA. No hurtarás, no mentirás, no estarás ocioso. Sobre estos tres principios cardinales estaba fundado el código de sus leyes.» (Memorias del General Guillermo Miller. Tomo II, Capítulo XXVI, pág. 197).

Markham: al quechua
Una mayor difusión mundial del supuesto precepto educativo la daría otro ilustre peruanista, inglés como Miller. Fue Clement Markham, hombre que viajó extensamente por diversos lados del Perú y que aprendió bellamente el quechua (el quechua de ese tiempo, infinitamente más rico que el de ahora). En su famoso libro «Lima and Cuzco» (aún no traducido) que se editó en Londres en 1856, se refirió a los mandamientos incaicos, pero considerando ya cinco (tendencia numérica que se repetiría después). La versión es ésta:

I.          Ama quellanquichu       Thou shalt not be idle.
II.        Ama llullanquichu         Thou shalt not lie.
III.       Ama suanquinchu         Thou shalt not steal.
IV.       Ama huachocchucanqui           Thou shalt not commit adultery.
V.        Ama huañu chinquichu Thou shalt not kill (p. 205).

Markham, como se aprecia, tradujo a la perfección las normas al quechua (y por supuesto al inglés) y sumó dos: «no seas adúltero; no seas asesino», y dio otro paso: convirtió los preceptos en «edicts of the Incas». Pero sus escritos no gozaron de tanta lectura. En cambio, las Memorias de Miller tuvieron amplia difusión en Europa; libro que constituye la mejor versión de la Independencia del Perú, escrita por un actor y testigo de todos los hechos. Llegarían así a muchos ámbitos académicos. Entre ellos, a los de Cesare Cantu, famoso historiador italiano y autor de una Storia Universale, que fue por años best seller en múltiples idiomas.

Este incluyó en esa vastísima Storia de varios tomos los preceptos de Miller. No fue pues Cantu «el inventor de la manida fórmula de las tres prohibiciones» como se ha sostenido hace poco.

Pero todo este proceso del Ama Sua se desenvolvía sólo en esferas europeas, aunque parezca mentira (Miller, Markham, Cantu, etc.). Pero a finales del siglo XIX un erudito quechua, nacido en Ayaviri, Gabino Pacheco Zegarra, reiteró los tres principios que Miller expusiera como base doctrinal del derecho consuetudinario incaico y que luego Markham había traducido. Fue un gran avance.

El impulso que dio Haya de la Torre
Todos los biógrafos de Haya coinciden en la decisiva influencia indigenista en la formación de la doctrina del Apra. Su creador bebió ese incaísmo o andinismo en su juventud primera. No solamente radicó un tiempo en el Cuzco; también viajó por varias de sus provincias más remotas. En los círculos universitarios cuzqueños aprendería en la lengua quechua el trílogo del ama sua... Pero hasta entonces esa frase no pasaba de ser tema de personas cultas.

El gran impulso para la difusión de la hoy célebre norma recién lo daría Haya o el Apra en 1934. Por entonces este partido era —como nadie lo duda— el mayoritario del país. El 6 de enero, en plena clandestinidad, la Fracción Aprista Juvenil (FAJ) aprobó la consabida frase del «ama súa...» colocándola como emblema bajo el signo: «Esta es tu ley». Con la vasta red organizativa aprista, el mandato quechua se propagó extensamente, auspiciado por las orientaciones indigenistas que preconizaba Haya en esos años. Y Luis Alberto Sánchez, otro dirigente aprista, repitiendo al mentado Vidaurre, sin más consulta, agregó que la frase era «un saludo». Tal cual se puede leer en su Historia de América.

Para entonces, Haya había colocado el lema en el Plan Económico, por lo menos en el impreso en octubre de 1945.

Luego el caudal de uso se multiplicó torrentosamente. La frase ha sido aumentada y deformada en distintos modos a lo largo de este siglo. Así, el arqueólogo indigenista Toribio Mejía Xesppe agregaba Ama Sipi, Ama Maqlla: no seas asesino, ni afeminado (conforme lo recogió Federico Kauffman). No sólo se trata de libros y de proclamas. También pasó a una plaza del Cuzco actual, dio nombre a un Congreso Nacional de Folklore y hasta fue lema del Congreso de Campesinos de La Paz en 1993 y de un candidato presidencial en Ecuador.

Por cierto, la fórmula se ha mantenido como sacrosanta en varios niveles académicos contemporáneos. Así, en el VII Congreso del Hombre y la Cultura Andina (Huaraz, 1987), Lorgio Guibovich presentó una ponencia en torno al «Ama Sua» bajo el nombre de «La Educación y la Moralidad en el Mundo Andino», brindando, inclusive, una variante más, al sumar una regla: «Ama mappa», seguramente recogida de tradiciones orales, significa «No seas sucio».

Desde luego, las escuelas y colegios han difundido todas las supuestas normas incaicas del Ama Sua en las comunidades campesinas, a partir de textos escolares de Historia del Perú.

¿Y la Antropología?
Pues nada. Ningún antropólogo ha encontrado esas pautas en los más distantes ayllus de los Andes. Ni siquiera en K’eros, remoto paraje del Cuzco, a donde concurrieron destacados antropólogos, como Efraín Morote Best, Oscar Núñez del Prado, Josafat Roel y Demetrio Roca Wallparimachi, para estudiar todas las formas de cultura viva en ese enclave quechua. Pero, eso sí, en aquel pueblo (como en miles de otros núcleos agrarios populares) nadie robaba (ni puertas había), nadie estaba ocioso y nadie mentía. En otras palabras, no se requería un código. La costumbre hacía Ley.

Norma peruana
Ahora bien, en un país como el nuestro, donde existe tanto ladrón de cuello y corbata que da el mal ejemplo; tanto ocioso también, que vive del trabajo ajeno; y ahora último, tanto mentiroso, no va de más la vigencia de los tres principios que el Perú y los peruanos han elaborado poco a poco durante la Colonia y la República. Porque en nuestro todavía desdichado país «la mentira es una virtud política» (en varios círculos), como alguna vez dijera aquel superentrevistador que es Mario Campos, refiriéndose sin duda a criollazos, achorados y politicastros, que parecen ser congénitamente falsos.


(Publicado en el diario “La República”, pp. 38-39. Lima, Perú, domingo 26 de marzo del 2000).

martes, 11 de septiembre de 2012

NO A LA IMPUNIDAD


Por Juan José Vega

“Perú, país sin crimen ni castigo”, acostumbraba a decir Jorge Basadre, parafraseando a Fedor Dostoyewsky y su más célebre novela. Sin crimen, claro, porque una blanda sociedad todo lo disimulaba y fingía entenderlo; y sin castigo, porque nuestro país era el reino de la impunidad, a causa de una mezcla de indiferencia y de pasividad.

Contra esta concepción nada pudo la herencia incaica, en la cual se condenaba a quienes atentasen contra el patrimonio estatal, a ser colgados de un pie hasta que muriesen, entre convulsiones, de hambre y de sed, entre humazos de ají. Además de nada han servido unos pocos intentos moralizadores. Ni la energía revolucionaria de Simón Bolívar, imponiendo pena de muerte para quienes robasen de diez pesos para arriba, ni el ímpetu reaccionario, pero honesto, de Felipe Santiago Salaverry, restableciendo la pena capital para el mismo delito. Y menos el anhelo de Túpac Amaru con sus "leyes fuertes". Tampoco la integridad moral de varios mandatarios que jamás tocaron un centavo ajeno. Ni del Fisco ni de nadie.

Uno de los más cultos europeos venidos al Perú durante el siglo pasado, el alemán Ernst Gerstaecker, en 1864 afirmaba sin tapujos que, desgraciadamente, "es casi imposible descubrir en este país una combinación, pues todo está tan firmemente coludido y tan intrincadamente, que nadie se atreve a golpear en las podridas vigas, por temor de hacer caer todo el edificio sobre su cabeza".

Magnifica metáfora. Pero también hubo testimonios de acá.

Cierto Gran Mariscal del Perú, de cuyo nombre no queremos acordarnos, dijo casi lo mismo respecto al presidente General Agustín Gamarra, sosteniendo que éste (cuya historia está por escribirse) montó una verdadera organización de pillaje del Erario Nacional. Para este "descarado saqueo" —decía— ha sido necesario que se combinen en una compañía de malhechores las mayorías legislativas, el Consejo de Ministros, el Presidente del Tribunal de Cuentas, el fiscal y en fin todos los de las prefecturas.

Precisamente, sobre un período similar escribió el coronel Juan Espinoza, héroe de Maipú, Chacabuco, Junín y Ayacucho, que el Perú había caído en el abatimiento, "hasta el extremo que los bandidos, condenados por los tribunales a presidio y a la pena capital lo gobiernen, lo manden, dirijan sus elecciones y hasta lo proclamen en lenguaje soez"; tal anotó en su olvidado "Diccionario para el pueblo".

Amadeus Frezier, uno de los más sagaces franceses que visitaron el Perú durante el siglo XVIII, decía: "no hay país donde la justicia sea menos severa" (II, 438).

Y es verdad
 El mal, pues, es antiguo, como decíamos; y cabe subrayar que esa tolerancia daña al conjunto social; "justificar a los malos es castigar a los buenos" reza un adagio jurídico de los tiempos del Cid Campeador.

Felipe Bauzá, un español que nos visitó a mediados del siglo XVIII, decía de los criollos "que son complacientes en extremo y desde que se hace público un delito todos conspiran a ocultar al reo, a disculparlo y hasta a empeñarse en su defensa".

Todo se soportaba únicamente a cambio de que hayan cuidado las formas.

Las formas, sí. Porque los criollos somos puntillosos en eso. Y hemos dado plena vida a una frase siniestra: "Dios perdona el pecado, pero no el escándalo". Contra todo esto hay que luchar.

Además, las leyes pueden ser amarradas, legalmente. "Ustedes redacten nomás la ley y a mí déjenme el reglamento", ordenaba un viejo líder parlamentario ante una medida contraria al grupo. El Reglamento del Congreso, por ejemplo, hace muy lentos los antejuicios. Los plazos para tramitar las denuncias constitucionales contra las altas autoridades públicas, establecidos en el referido Reglamento, están desfasados con respecto a la celeridad procesal de las nuevas leyes anticorrupción.

Ya el poeta Caviedes en la Lima del siglo XVII se había referido en verso a ese tipo de norma jurídica: "más torcida que una ley/cuando no quieren que sirva".

Pero no se puede ir contra la ley en un gobierno democrático aunque sea para perseguir la depravación. Este debe ser el dilema que va resolviendo Valentin Paniagua, Presidente de la República, en el complicado ajedrez que es el Perú hoy. Además se nos ocurre que quizá sepa que "en el Perú nada se clava; todo se atornilla". "El tiempo y yo valemos dos", decía Napoleón, con todo su poderío.

El más famoso caso de peculado sucedió cuando el terrible escándalo de la Consolidación de la Deuda Interna. Castilla había heredado este problema de otro Presidente, el General J. R. Echenique, a quien derrocó pues durante cuyo mandato se robó cifras muy superiores a un Presupuesto Nacional íntegro. Castilla habría tenido que guardar en chirona a miles de ciudadanos de las clases altas y medias, empezando por el ministro de Guerra (quien acabó fugando a París), todas ellas enriquecidas groseramente en unos pocos años a costa de falsificar documentos y sobornar testigos falsos con objeto de aparecer como acreedores del Estado, por una cifra superior varias veces al monto del Presupuesto Nacional.

Gatos despenseros
 Tan monumental ratería era provocada por los fabulosos ingresos del guano y el hecho de que —como recientemente— "los gatos hicieran de despenseros"; vale decir que quienes tenían como deber velar por la riqueza fiscal eran quienes delinquían. El Perú perdió esa vez su gran opción de modernizarse y quizá transformarse en un país capitalista. Pero esta ya es otra historia.

La tolerancia
 La verdad fue que nuestro Ramón Castilla deseaba, de buena fe, crear una clase capitalista en el país, al estilo de las europeas. Pero si era bueno con el sable, no lo era tanto con la Economía; al parecer desconocía que la burguesía no se forja así, sino trabajando todo el día. Sobre Castilla, que, como todos sabemos, "murió pobre", apuntó lo siguiente un conservador modernizado, José Gálvez, nieto del héroe: "como buen criollo tenía interés en que no hubiera verdadera sanción y no le gustaba extremar las cosas".

En fin, las "medias tintas" han causado harto daño cívico al país, tal como lo recuerda, varias veces, Jorge Basadre.

Por eso, casi todos los gobiernos han sido permisivos ante el delito fiscal. Haya de la Torre señalaba en 1924, quizás con alguna exageración, que el noventicinco por ciento de las fortunas aquí habían sido amasadas con el saqueo del Estado; aunque se debe mirar a que parece que él se refería también a los tiempos coloniales.

Los de uniforme
Gente honesta de uniforme la hubo siempre; ahora también. Una breve reseña histórica en orden cronológico tendría que incluir al olvidado prócer de la Independencia, el primer Mariscal del Perú, Toribio de Luzuriaga, verdadero héroe de la libertad de América, quien terminaría suicidándose en la miseria y el exilio. Al Mariscal Domingo Nieto, que salvó el honor del Perú batiéndose a lanza con el hercúleo Camacaro, durante la guerra con Colombia, dejó como toda herencia su caballo de guerra. A Ramón Castilla. Al coronel Narciso Aréstegui, creador de la novela indigenista. Al coronel Juan Bustamante, asesinado por asfixia, por defender a los indios en Puno. Al Mariscal Andrés A. Cáceres, que perdió casi todas sus propiedades cuando la resistencia en La Breña. Por supuesto a Grau y Bolognesi, que trabajaron por su cuenta como capitán mercante uno y como explorador cascarillero el otro, cuando se distanciaron de sus instituciones. A Leoncio Prado, Alfonso Ugarte e Isaac Recavarren, que incluso aportaron de su peculio durante la guerra con Chile. Al mayor Teodomiro Gutiérrez Cuevas, desaparecido al finalizar una de las rebeliones puneñas, a cuya cabeza se colocó adoptando el nombre de Rumimaqui. Al Comandante Gustavo "Zorro" Jiménez, que resistió la expulsión del Ejército por Leguía, trabajando como camionero, y luego se sublevó contra la tiranía de Sánchez Cerro; acabó metiéndose un tiro antes que rendirse. Al comandante Julio Guerrero, incorporado al Estado Mayor Alemán por Luddendorf, y luego autor de una veintena de libros, en varios idiomas; que falleció en la pobreza. Al General Antonio Rodríguez, quien intentó librar al Perú del fascismo del Mariscal Benavides y murió en el empeño, ya en Palacio. Al Capitán José Abelardo Quiñones, símbolo máximo de la aviación. Al Coronel Arturo Hernández, autor de "Sangama" y fogoso líder descentralista. Al General César Pando Egúsquiza. Al General Carlos Giral. Al General José del Carmen Marín, fundador del CAEM y hombre de pensamiento moderno. Todos ellos y otros más son emblema de miles de oficiales de hoy que rechazan tajantemente la corrupción. Son también los vejados por los delincuentes con uniforme de hoy.


(Publicado originalmente en el diario “La República”, p. 25. Lima, Perú, domingo 14 de enero del 2001).

domingo, 29 de abril de 2012

LA PARTICIPACION FEMENINA EN EL EJERCITO PERUANO


Un ejemplo de la barbarie chilena desatada durante la guerra contra el Perú de 1879-1883: EL REPASE, que lleva el sello inconfundible de la soldadesca chilena, conformada mayoritariamente por elementos del hampa o con mentalidad delincuencial. El gobierno de Chile reclutó sus tropas de los bajos fondos de la sociedad chilena, por eso los soldados chilenos se dedicaban, luego de las batallas, a asaltar, robar, violar, destruir y asesinar. Se pretende disculpar estos hechos aduciendo que “en toda guerra ocurre siempre eso”; pero esto es una media verdad: en otras guerras de países “civilizados”·, ciertamente esos excesos se pueden dar, pero no de una manera sistemática e institucionalizada; en el caso de la mal llamada “guerra del Pacífico”, la barbarie chilena fue la regla general, tolerada e incentivada por sus propios dirigentes. No existe otra nación de América que haya practicado ese tipo de guerra en tiempos contemporáneos con otra nación supuestamente “hermana”; no hay duda que por eso y por mucho más actitudes demostradas con otros países vecinos, Chile es el auténtico JUDAS de Hispanoamérica, cuya perfidia difícilmente podrá ser superada en esta parte del mundo


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LA PARTICIPACIÓN FEMENINA EN EL EJÉRCITO PERUANO
Por: Virgilio Roel Pineda

Una de las muchas diferencias relevantes existentes entre el poderío militar de Chile, enfrente del Perú y Bolivia, fue el referido a los sistemas logísticos. Los mandos chilenos incorporaron en su sistema logístico toda la experiencia europea, aunque por razones de incapacidad propia, no lo hicieron siempre bien; pero en fin, había una organización que programaba el aprovisionamiento alimenticio y de vitualla militar, con previsión del espacio y teniendo en cuenta el sostenimiento de las tropas con los medios existentes en el lugar; en el lenguaje chileno, este término quería decir robo y saqueo de las poblaciones que fueran siendo ocupadas.

El robo y el saqueo fueron una práctica que se impuso en el ejército chileno de una forma tal, que el procedimiento se utilizó como un señuelo de la soldadesca, a la que se le ofreció como atractivo que ejercieran la práctica bárbara y bestial del saqueo, y como gran parte de esas tropas provenían del hampa o tenía mentalidad delincuencial, la soldadesca chilena se lanzó a la guerra buscando el momento de asaltar, robar, violar, destruir y asesinar. Por supuesto que los mandos cumplieron casi siempre su promesa de dar libre curso al saqueo, lo que hizo que en muchas ocasiones las orgías homicidas de las tropas chilenas pusiera en peligro la misma seguridad de los cuerpos castrenses; ese fue el caso, por ejemplo, de la noche y el día en que fue saqueado, incendiado y destruido Chorrillos, ocasión en que los soldados chilenos, en la cúspide de su dantesco festín, se asesinaban entre ellos, porque ya habían acabado con la población civil indefensa, contándose 300 muertos chilenos por tal desenfreno; en ese momento, Cáceres estaba seguro que un ataque peruano pudo haber aplastado a los invasores, sobresaturados de licor. Un indicador del estado de ánimo de esas tropas lo expresa el hecho que, cuando los mandos chilenos se comprometieron ante el cuerpo consular a no saquear Lima (después de la batalla de Miraflores), tuvieron dificultades con sus tropas porque éstas querían que sus jefes cumplieran su promesa de permitirles el saqueo, el incendio, la destrucción y el robo de la capital peruana. Esta inclinación básicamente criminal es la que siempre conservó y cultiva el ejército chileno.

La logística del ejército peruano, en cambio, era rudimentaria y, además, su administración era ejercida sin mucha honradez por los habilitados. Por eso, con mucha frecuencia, había falta de vituallas y de alimentos; y como la cocina era habitualmente mal conducida, simplemente la fuerza armada peruana no hubiera podido existir sin la (compañera del soldado. Esto no es una frase, es una inconmovible realidad histórica: hasta fines del Siglo XIX, los ejércitos peruanos no habrían podido supervivir, o mejor digamos, no serían siquiera imaginables sin esa india modesta que iba tras su marido o su compañero que había sido enrolado; ella no pidió nunca nada, ni reclamó ningún reconocimiento y siempre estuvo dispuesta a realizar toda clase de sacrificios. Sus antecesoras son las esposas de los soldados que en el incario iban a todas las campañas, porque el ejército tawantinsuyano en esto fue, como en muchas cosas, excepcional: era mixto, femenino y masculino; nunca el soldado inca podía ir solo al combate, porque la unidad hombre-mujer tenía que estar siempre presente. Esta es una de las causas que explican la generosidad, el respeto y la casi suavidad con que los incas condujeron su política militar. Después, en los largos años de la colonia, la mujer vuelve a tomar su papel activo en las fuerzas libertarias, siempre al lado de su compañero, atendiéndolo, pero también combatiendo a su lado con singular bravura, tal como lo haría en todas las guerras republicanas.

En la Guerra del Salitre nuevamente la vemos preocupándose de la alimentación del soldado, así como de su atención general; va con los reclutas a los arenales de Tarapacá y asiste a los combates, atiende a sus heridos y entierra a sus muertos; y sin tiempo siquiera para disfrutar del triunfo, participa en la terrible marcha a través del peor desierto del mundo, para alcanzar Arica; en el trayecto, mientras la tropa acampa de día, ella busca hierbas y caza animales para improvisar una magra pero salvadora comida, y sin tomarse ningún descanso, cura a los heridos y a los lacerados, y cuando llega la noche se echa al hombro los menajes, los recipientes con el poco liquido que había conseguido y ayuda llevando parte de la impedimenta; con toda esa carga ala espalda marchó con pies descalzos al paso persistente y uniforme de la columna. Y como si todo eso fuera poco, saca energías no se sabe de dónde, para ayudar a los soldados rezagados y para dar aliento a quienes llegaban al límite de su resistencia; y cuando, tras la infernal marcha, los sobrevivientes arribaron al puerto de Anca, esas mujeres sublimes se desprendieron de las formaciones, porque estaban demasiado ocupadas para recibir los homenajes que se prodigaron a los héroes.

Esas increíbles mujeres asistieron a toda la campaña de Tacna; muchas murieron en los campos del Alto de la Alianza (o del cerro Intiorqo). Tampoco faltaron a la cita del Morro de Anca; en su notable humildad, asistieron al drama con enorme valor; probablemente se inquietaron algo por lo que habría de venir, pero ninguna faltó al combate del Morro, efectuado el 7 de junio de 1880: permanecieron firmes durante el asalto enemigo y muchas murieron defendiendo a sus compañeros, cuando fueron objeto del repase a cuchillo; en todo caso, ninguna retrocedió. Dando fe de su heroicidad infinitamente modesta, 300 de estas mujeres cayeron como prisioneras de guerra, a manos del enemigo.

Debido a las gestiones realizadas por el Presidente de la Asociación de la Cruz Roja, J.A. Roca, esas 300 mujeres, prisioneras de guerra, fueron embarcadas en Arica con destino al Callao, a donde llegaron el 22 de junio. En este puerto, tomaron sus pocas pertenencias y así como lo habían hecho las indias apresadas en Pisagua y San Francisco, calladamente tomaron el camino de sus pueblos, a donde llegaron a pie. Sus nombres ni siquiera son recordados, y si alguien los registró, pronto fueron echados al olvido, sin que jamás ellas reclamaran.

Pero tampoco se recuerdan los nombres de esas otras indiecitas, tan amorosas y tan inacabablemente heroicas, que acompañaron a los reclutas que defendieron Lima, ni a las que hicieron toda la campaña de la Breña. A ellas tampoco les importó que sus nombres fueran incluídos en alguna lista; para ellas, vivir sacrificada y heroicamente era un deber que lo asumieron con desconcertante simplicidad.

Y como si el olvido no fuera suficientemente ingrato, ciertas gentes pretendieron ridiculizarlas llamándolas «rabonas»; a ellas cuya grandeza contrasta con la pequeñez de quienes así las han tratado siempre.

(Tomado de: Historia del Perú. Independencia y República. En el proceso Americano y Mundial. Pág. 208-210. GH Herrera Editores).