En realidad desconocemos la verdadera fisonomía de esta heroína peruana; este retrato es solo imaginario, obra del dibujante Álvaro Núñez R. Reproducido en Antología de la Independencia del Perú, publicado por la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1972.
UNA HEROÍNA POPULAR: MARÍA PARADO DE BELLIDO
Por Juan José Vega
La Historia Oficial acepta con desgano a María Parado de Bellido como nuestra gran heroína de la Independencia, condenándola a ser, como otros personajes populares, un ente aislado, borroso y desprendido del conjunto histórico del momento. Igual sucede con José O. Laya (hasta el apellido le cambiaron), con Marcelino Carreño y con otros auténticos próceres peruanos del período emancipatorio. De Mariano Melgar, quizá la más representativa figura peruana de la independencia, casi nada sabemos respecto a sus luchas, rifle en mano. Este valiente criollo pereció fusilado en los campos de Umachiri en 1815, mientras Bolívar y San Martín combatían en otros lados de América.
Pero vayamos a María Parado de Bellido. En primer lugar debemos aclarar que ella pertenece al ciclo bélico sanmartiniano, punto señalable porque la Historiografía tradicional del país vincula al caudillo argentino sólo con la fracción de la aristocracia limeña que lo apoyó en un inicio. Historia falsa que excluye a sectores populares de diversas clases sociales y grupos étnicos. Margina a los bravos montoneros del Perú, sector éste al cual pertenecía la mártir; y más falsa aún tal Historia si rememoramos que aquel mismo fragmento aristocrático separatista, ya unido al resto de la nobleza limeña, terminó traicionando a San Martín escasos meses más tarde, el 26 de julio de 1822; esto es, en plena guerra contra los virreinales y no obstante la resonante victoria de Pichincha, que nuestras tropas ayudaron a ganar. Por todo esto fue que el Protector se marchó del Perú. Con pena e indignación. Pero recordando a los verdaderos patriotas de nuestro país.
Como se aprecia por la época de su sacrificio, María Parado y toda su familia eran de los muchos que desde 1820 alineaban con la causa libertaria, arriesgando a diario la vida en comarcas reocupadas por las tropas virreinales. Era ella una ayacuchana de probable origen morochuco, que colaboraba con los montoneros patriotas, especialmente de las tierras de Cangallo, que tan generosamente venían derramando su sangre por la Independencia y en pro de una justicia social vagamente señalada aún; se dirigían allí con caudillos propios, quienes eran, generalmente, valentísimos y honestos (como los Auqui), lo cual merece que se recalque puesto que cierta historiografía condena en bloque todo el proceso emancipatorio. Para el caso específico de nuestra heroína, ella era enlace activo con las huestes guerrilleras, en concordancia con Lima. Se trataba de apoyar a las columnas enviadas desde la capital por San Martín a principios de ese 1822.
En efecto, pasando de nuevo a la ofensiva, San Martín había enviado una expedición al sur para atacar a los virreinales... pero, atado a su pacto con la fracción de la nobleza limeña que lo había apoyado para tomar la capital, colocó al frente de aquel cuerpo militar a un oficial de fugaces y tardías veleidades independentistas; una nulidad castrense, por otro lado. Nos referimos al rico y aristocrático coronel Domingo Tristán, a quien acababa de ascender a General; y como su segundo doble error nominó al coronel Agustín Gamarra, quien se había pasado a filas libertarias tras ser por años un sanguinario represor de patriotas. Ambos jefes perdieron tiempo, se enredaron, se dejaron cercar inadvertidamente y sobre ellos y sus dos mil quinientos soldados cayeron sorpresivamente las fuerzas quechua-españolas del General virreinal Jerónimo Valdez. Esto fue la noche del 6 al 7 de abril de ese 1822; y ni siquiera hubo batalla. Fue debacle, fuga, deserción en masa. De ese ejército enviado por la nobleza nada quedó. El botín de guerra del vencedor fue enorme.
Y era para este ejército que los montoneros habían venido brindando sus vidas; porque en las serranías había empezado una brutal represión, tanto en tierras huancavelicanas, como en las ayacuchanas y juninenses. Avanzaban las huestes represivas, comandadas por un hombre encanallado en matanzas y el incendio de pueblos, el coronel José Carratalá (tan distinto él a otros jefes españoles, que eran liberales y constitucionalistas, como el propio virrey General La Serna). Pues bien, precisamente era en las tierras de Cangallo donde actuaban de montoneros el esposo e hijo de la mártir. En carta a su esposo, «idolatrado Mariano», les advertía del nuevo peligro que corrían y que pasasen la voz a ¿Cayetano? Quiroz, quien era el jefe de aquellos grupos, a fin de que todos se replegaran. Era imprescindible a causa de la derrota patriota en la costa y la nueva ofensiva andina del ejército virreinal. Pero por descuido de los guerrilleros, la carta fue dejada en una chamarra y los capitanes españoles la remitieron a la ciudad de Guamanga, hoy Ayacucho. Capturada la valiente mujer, nada dijo, a pesar de los arrebatos, amenazas y vejámenes de Carratalá. Se la interrogó también en torno a la persona que había escrito la misiva, puesto que era ella iletrada (como la aplastante mayoría de las mujeres de la sierra en aquel tiempo, en la ciudad y el campo) y además quechua hablante. No confesó tampoco quiénes estaban conjurados entre los huamanguinos.
El descuido por la heroína popular ha sido de tal grado, desde esa época, que no sabemos cuándo fue la ejecución. Máximo podemos afirmar que «en estos días» se cumple un aniversario más de su sacrificio Que afrontó serena la muerte a la que la condenó Carratalá. La ejecución se cumplió en la Plazuela del Arco; como poseía escasos bienes, no dejó testamento. Luego surgieron varias versiones de tradición oral confusa. Lo único verificable es que Simón Bolívar estableció una pensión de gracia para las hijas sobrevivientes de la heroína, pero no sabemos ni siquiera qué suerte corrieron los cinco hijos que participaban en las montoneras. Se nota que la Historia Oficial siempre la marginó. Razón mayor para enaltecer su memoria.
La derrota de Tristán y Gamarra en La Macacona tuvo otras consecuencias funestas. Se asentó el dominio español en los Andes, reclutándose más tropas quechuas para la causa del Rey.
El bravo jefe montonero Quiroz fue cogido asesinado, como otros y su mujer murió también peleando. Igual sucedió con otras partidas de valientes. El 8 de mayo caerían los mejores líderes morochucos, esto es, Basilio Auqui y sus hijos. Pero otros tomaron sus banderas. Por dos años resistieron. Iniciándose agosto de 1824 Simón Bolívar incorporó a mil montoneros al Ejército Libertado. Esto fue en las punas de Rancas. Buena parte de ellos se encuadró dentro del Regimiento de Húsares, que en la batalla de Junín decidirían el encuentro y cambiarían de nombre para gloria de nuestra patria. En la marcha triunfal hacia Ayacucho, muchos de estos flamantes Húsares de Junín recordarían, sin duda, a la heroína fusilada.
(Publicado en el diario “La República” de Lima, el 3 de mayo de 1999).
Fusilamiento de María Parado de Bellido; pintura de Consuelo Cisneros, 1929.